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sábado, 7 de junio de 2008

Cambio Climático, otra vez soja (III)


Si en el mundo la balanza ambiental se inclina más hacia el debe que al haber, en la Argentina las cosas no están mucho mejor. “El país no dispone de estudios progresivos de seguimiento climático e hidrológico y ni siquiera sabemos dónde se sembrará mañana y adonde trasladaremos los cultivos que se verán afectados por el cambio de temperatura”, destaca dice Osvaldo Canziani, co-presidente del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC) de la ONU, que recibió el Nobel de la Paz en 2007. “Es un problema de planificación, y -al igual que ocurre en la mayoría de los países de la región- no tenemos planes a mediano ni a largo plazo para enfrentar los efectos del cambio climático. Medir lo que está ocurriendo es responsabilidad de cada país, y nuestros gobiernos latinoamericanos no lo están haciendo”, agrega el experto.

Un aumento de la temperatura global de entre 1 y 4 °C, podría provocar una progresiva serie de eventos desafortunados (y costosos). La lista incluye, cual dominó: lluvias, tormentas y granizos intermitentes y erráticos en todo el país, tornados desde La Pampa hasta el Noroeste, costas sumergidas en el área del río de la Plata y el Delta, avance de la desertización y salinización en el Gran Chaco, reducción de la producción de energía hidroeléctrica por falta de agua en Cuyo y la Patagonia. “Para 2020, desaparecerán los pequeños glaciares tropicales, y en 2050 faltará el agua en la Argentina”, vaticinan los expertos de IPCC. En tanto, se expandirán las zonas de contagio de enfermedades infecciosas como la Malaria, el Dengue y el Chagas. En el Sur, habrá más casos de cáncer de piel y problemas respiratorios infantiles si sigue disminuyendo la capa de ozono.

El futuro de la producción de trigo, maíz y girasol en los próximos 50 años es incierto, ya que basta un aumento de 2° C de temperatura promedio (lo que ocurrirá antes 2020) para volverlos inviables. En el corto plazo, el maíz perderá un 14% de productividad, y otros cultivos como la cebada, la avena, el trigo, el arroz y el azúcar perderán un 10 %. Sin embargo, hay un “yuyo” que sobrevivirá al maleficio: la soja, que es capaz de soportar un aumento de la temperatura promedio de hasta 3°C. Es bueno tener en cuenta que el monocultivo acelerará la degradación del suelo.Según Canziani, para reducir los efectos del aumento global de la temperatura hay que planificar, e ir relocalizando los cultivos y peces en riesgo en zonas más frescas”. No todo está perdido...

¿Hace más calor o soy yo? (II)


Cambio Climático y Pobreza


Los países en desarrollo son los que históricamente menos contribuyeron al cambio climático.
Pero es allí donde sus consecuencias se hacen sentir con mayor fuerza, afectando a actividades tradicionales como la agricultura, la pesca, el turismo, la provisión de agua y energía. Esto a su vez, provoca la reaparición y agravamiento de enfermedades epidémicas y migraciones en masa que generan tensiones económicas y sociales.

A diferencia de la mitigación, que es una tarea más bien global (en el sentido de que no importa en qué país se reducen las emisiones, dado que su efecto es a nivel de la atmósfera), el enfoque de la adaptación es mucho más focalizado y depende de los gobiernos y empresas locales.

Las estrategias serán diferentes para cada región dentro de un mismo país. Pero al mismo tiempo, existen tecnologías y conocimientos que se pueden transferir de una nación a otra.“La repartición equitativa de los costos es el corazón del debate sobre la adaptación al cambio climático”, destaca el compromiso firmado en el Foro de legisladores realizado en Brasilia (del que, dicho sea de paso, no participó ningún representante argentino). En él se aclara que “la adaptación al cambio climático sólo será posible en la medida en que los países industrializados se comprometan a aportar recursos”.

Hasta ahora, lo único que existe es un Fondo de Adaptación, creado bajo el Protocolo de Kyoto y sus Mecanismos de Desarrollo Limpio (MDL), dentro de los cuales se enmarca la negociación de Bonos de Carbono, o Certificados de Reducción de Emisiones (CERs). La idea es que las empresas y gobiernos de los países que figuran en el Anexo 1 del Protocolo de Kyoto (las naciones más industrializadas) puedan reducir emisiones en aquellos países donde el costo de hacerlo es menor, y obtener los CERs. A su vez, el mecanismo sirve para transferir tecnologías “limpias” hacia los países No Anexo 1 (los emergentes o en vías de desarrollo).

Las Naciones Unidas estiman que este Fondo, que se alimenta con un porcentaje de las transacciones en el llamado “Mercado de Carbono”, cuenta con u$s 36 millones. Según las proyecciones más optimistas, alcanzará una cifra de entre u$s 80 y u$s 300 millones entre este año y 2012, con lo que apenas alcanzaría a cubrir el 1% de los costos de adaptación.

Día del Medio Ambiente, ¿algo para festejar? (I)


El 5 de junio, a propósito del Día Mundial del Medio Ambiente, escribí esta nota en El Cronista:


SE CELEBRA HOY EL DÍA PARA DESTACAR LA IMPORTANCIA DEL CUIDADO DE LOS RECURSOS NATURALES

Desertificación, nuevas enfermedades y menos agua potable serán los resultados del cambio climático. Al mundo en desarrollo le costará u$s 67.000 millones adaptarse al contexto


María Gabriela Ensinck, Buenos Aires

Hoy se celebra el Día Mundial del Medio Ambiente, pero la realidad indica que no hay mucho para festejar. La evidencia científica señala que el principal problema ambiental del mundo, el cambio climático, es imparable. Y tras varios años de negociaciones y debates sobre la forma de mitigar o aliviar sus consecuencias, un nuevo enfoque gana terreno: la adaptación.
Expertos reunidos en un Foro de Legisladores del G8 + 5 (las potencias del grupo de los 8, más los cinco emergentes: Brasil, México, Sudáfrica, India y China), calcularon que adaptarse al cambio climático le costará al mundo en desarrollo entre u$s 28 y 67 mil millones (según si se toman las proyecciones más optimistas o las más escépticas) de aquí al 2015. Por eso el eje de la discusión en este encuentro que se llevó a cabo en febrero en Brasilia fue cómo se repartirán y financiarán estos gastos.
Desde que se estableció el Protocolo de Kyoto (1997), en el que las potencias firmantes se comprometían a reducir las emisiones de dióxido de carbono (CO2) a un 5% por debajo de lo que emitían en 1990, no sólo no hubo reducciones, sino que vienen aumentando al 1,5% anual. Muy pocos países cumplieron sus metas, y el plazo vece en 2012. Estados Unidos, que era por entonces el mayor emisor mundial de gases de efecto invernadero (GEI), ni siquiera firmó el acuerdo. Y potencias emergentes como China e India, que no tenían compromiso directo de reducción de emisiones hace 11 años, se transformaron en las principales liberadoras de estos gases a la atmósfera.
El Foro que tuvo como anfitrión al presidente Lula Da Silva finalizó con compromisos importantes en temas como biocombustibles, manejo forestal, transferencia tecnológica y financiación para la adaptación. Sin embargo, no hubo acuerdos respecto del target de reducción de GEI que deberá alcanzar cada grupo de países a partir de 2012 (cuando finalice el acuerdo de Kyoto). Hay dos propuestas encontradas: la de “mayor compromiso de reducción a mayor volumen total de emisiones” (liderada por los Estados Unidos y las potencias europeas), y la que postula que se deben contar las emisiones per cápita en lugar de las totales, defendida a capa y espada por los legisladores chinos.